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lunes, 27 de junio de 2011

Síndrome de muerte súbita

¿Puedo quedarme con sus juguetes? le preguntaste a tu madre mientras te sorbías los mocos y enjugabas tus lágrimas con un pañuelo. Claro que sí, cariño, contestó tragando saliva y también con los ojos húmedos. Te abrazó, te besó en la cabeza y salió del dormitorio.
La expresión de tu cara cambió cuando te quedaste solo. En ella se dibujó una sonrisa aviesa y cómplice mientras mirabas la almohada azul que había sobre la cama.

viernes, 24 de junio de 2011

De tripas corazón

Toca jotas hoy en un hotel de Zaragoza. Mañana, fandangos y seguidillas en otro de la misma cadena en Huelva.
Forma parte del equipo de animación de la empresa. Su mirada triste se pierde a través de la ventanilla del coche que les lleva a la capital onubense, mientras el dolor le corroe los huesos.
Llegan con el tiempo justo de engullir un bocadillo y comienza su actuación. El dolor es más fuerte, pero él se obliga a sonreír al turista noruego de nariz roja que le sopla en la cara con un matasuegras.

miércoles, 22 de junio de 2011

Fatalidad

De blanco y negro la veo aproximarse, lenta, pausada e inexorable. Siento un viejo escalofrío cuando la veo entrar de esa manera.
Angustiado quiero gritar «noooooooo». Y cuando cruza la línea, el estadio entero ruge: «gooooooooool».

Efecto inmediato

Ella se marchó dando un portazo y el corazón de él estalló. La explosión se llevó por delante todos sus sentimientos y emociones. Con los pies pegados al suelo, miraba sin ver la puerta cerrada.
 Ella volvió a entrar apresuradamente, y llorando se arrojó en sus brazos pidiéndole perdón. Le besó apasionadamente como nunca en su vida. Él no respondió. Cuando sus bocas se separaron, la miró con una sonrisa extraviada y la baba resbalándole por la comisura. Ya sólo quería comer y dormir.

Cambio de Planes

La bala, en la sien. Es la mejor forma de suicidarse. El hombre me lo dijo desdeñosamente, mientras se guardaba el dinero que acababa de pagarle por el arma. Me entregó la pistola al tiempo que me soplaba el humo de su cigarro en la cara. Sonrió despectivamente, se giró y empezó a alejarse.

El disparo retumbó en el callejón. La sangre manaba del agujero en la nuca del hombre tendido boca abajo. Me acerqué y le susurré entre dientes: "No me gusta que me echen el humo en la cara".